La nieve caía con desgana sobre la preciosa ciudad de Ekaterimburgo.
Anabella estaba harta de su familia y muy especialmente de su padre.
Solamente quería tomar sus propias decisiones y no estar sometida de continuo a las que otros tomaban por ella. En realidad esa hartura que tenía era la propia de una adolescente inconformista que no sabía cómo escapar de la pequeña jaula de oro en la que vivía. Su padre, general retirado y su madre funcionaria treinta años más joven que él, hacía tiempo que habían perdido el control sobre ella. El uno excesivamente autoritario, la otra permisiva por demás, habían terminado por confundir la mente inquieta de aquella joven.
Recién había cumplido dieciocho años y sólo pensaba en fugarse… Empezar una nueva vida.
Entonces fue cuando conoció a Pavel.
Se conocieron en una fiesta popular a orillas del lago Shartash y en pocos días ella perdió la cabeza por él. Era un joven muy atractivo, mayor que ella y de un barrio cercano al suyo. Él era el único que comprendía sus inquietudes. Que la entendía. Pasaron algunos meses felices juntos y con el año nuevo Anabella tomó la decisión de dejar la casa de sus padres e irse a vivir con él…
Era una mañana espléndida de febrero.
Fue el gran error de su vida.
Pavel la inició en el sexo, en las drogas y en el alcohol. Él la hizo su primer tatuaje. Aquel que la identificaba como su amante.
El tiempo pasó y Anabella comprendió a fuerza de golpes y de vivir en el terror, la crudeza de la vida que le había tocado vivir. Adicta a la cocaína, en los pocos momentos de lucidez que le quedaban, veía como su vida se agotaba poco a poco, en las esquinas de mala muerte donde ejercía la prostitución…
Salieron de Rusia.
Grecia, Italia y finalmente España.
Parte de la mafia que la encadenaba se trasladó a Madrid, otros al Levante, otros al sur.
La colonia Marconi acabó siendo su hogar.
Rota, sin esperanza, pasó prostituyéndose en aquellas calles un largo año.
Por esas casualidades que tiene la vida, otra mañana espléndida de febrero, la policía desarticuló la banda de Pavel, que dio con sus huesos en la cárcel…. Anabella volvió a la vida. Desintoxicación.
Un pequeño trabajo en una asociación de cooperantes y voluntarios. Un hogar nuevo.
Una noche volvió, junto con otras mujeres de la asociación, al polígono tan odiado. Era un intento más por rescatar a otras jóvenes, que como ella, habían padecido y seguían padeciendo la tortura de la esclavitud.
Un coche, con tres o cuatro animales dentro, se paró a su lado…
-¡La que es puta, es puta para siempre!-
Anabella sonrió.
Había vivido mucho tiempo humillada.
Les miró con una mirada cargada de infinita tolerancia.
– Puta es la que vive agachada – pensó.
– Y yo ahora vivo de pie –
– Tenéis que levantaros – les dijo a las chicas.
Y mientras el coche se alejaba, ella siguió explicándolas que se llamaba Anabella, que era hija de un general, que había sido puta y que ahora era una mujer libre…